martes, 7 de julio de 2009

Tacones


Por vigésima vez se asomaba a la ventana del departamento para tratar de imaginar de dónde venía ese sonido de tacones que otra vez le impedía conciliar el sueño, en la siesta pueblerina. Los tacones se clavaban al suelo del segundo piso, como si se aferraran a los mosaicos y él permanecía con los ojos abiertos, fijos en el techo, casi intentando adivinar hacia adonde se dirigía la inquieta mujer que los calzaba.
Conocía cada resquicio del cielo raso, de tantas siestas inútiles con las pupilas fijas en el techo. Lo que más le incomodaba era que luego de esas horas de calor, cuando la ciudad parecía soñar al unísono, el silencio reinaba en el piso superior al de su departamento y regresaba la paz. Varias veces subió y golpeó la puerta, pero no obtuvo respuestas y hasta imaginó que la impertinente mujer le estaba tomando el pelo.
Cuando el suplicio se le hizo insoportable, resolvió comunicarse con el administrador del condominio para que hiciera llegar la queja de ese ruido molesto a la propietaria del apartamento, a la que él ya odiaba con las entrañas. Con asombro, el hombre dejó la escoba de lado, hizo un gesto afirmativo con la cabeza y le informó que el lugar estaba vacío desde hacía varios años. La última inquilina había muerto de manera insólita, cuando se torció un tacón de sus zapatos y su cabeza dio de lleno en la pileta del baño.
Desde esa mañana el ruido de tacones se instaló cada minuto en la vida de Manuel y pasó varios años escuchándolos, como un reclamo insistente desde el más allá.

3 comentarios:

Conversaciones de todo dijo...

Ese ruoido de tacones, debe ser que vive un sandaluse,o un catalan.

MRB dijo...

¡¡¡Uuuyyyy! me muero si me pasa algo así, ja, ja. Muy bien descrito.

Un abrazo.

Lidia M. Domes dijo...

Qué buen relato, y , a veces pasa que quien se muere no se entera...

Y sigue en sus lugares habituales, fingiendo hacer sus rutinas...

Sólo que hay gente sensible que los oye y les da miedo, como en el relato...

Abrazos,

Lidia