jueves, 28 de agosto de 2008

Noticias al amanecer


Como cada día, desde hacía 60 años, doña Rosaura se despertó cuando el reloj marcó las seis en punto y el gallo lanzaba sus primeros kikirikíes al viento. Sin prisa, se calzó el batón de paño rojo oscuro, y se bajó de la cama justo encima de las pantuflas. Su marido, diez años más joven pero veinte más enfermo, continuaba roncando del lado izquierdo de la cama. La mujer encendió el fuego del hogar y puso a calentar un poco de agua para tomar mate. También, colocó un par de panecitos junto al fuego para desayunarlos tibios.

El sol todavía no asomaba, pero Doña Rosaura ya tenía todo listo. Untó los panes con manteca casera, sirvió el mate humeante, tomó el diario que había dejado su nieto, “el abogado”, el día anterior sobre la mesa, y volvió a la cama.

Su marido apenas despertaba, y Doña Rosaura lo sacudió con la misma suavidad que conservaba desde que ambos eran novios. En ese momento, el hombre abrió sus ojos grises saboreando de antemano el sencillo, pero delicioso desayuno.

Hacía varios años una extraña enfermedad lo había dejado postrado en la cama, y el shock que afrontó hizo que perdiera el habla y la noción de la realidad casi por completo. O al menos eso parecía. Por eso, todos los días Doña Rosaura practicaba un ritual amoroso para él. Al despertar, se sentaba a su lado y le leía en voz alta el diario viejo que su hijo les dejaba la noche anterior. Antes de hacerlo, la mujer elegía con ojo agudo las noticias que quería que escuchara su hombre, y alternaba entre las crónicas económicas, las notas de corte social, las curiosidades y los descubrimientos curiosos.

A veces trataba de interiorizar a su marido con informaciones de índole política, pero con el correr de los años, Doña Rosaura había comprendido que a su esposo le fascinaban las noticias policiales de tinte pasional. Para hacer más llevaderas esas escuetas piezas periodísticas, Doña Rosaura tenía un método: elegía los textos más breves de la hoja y los adornaba con adjetivos y artilugios, les inventaba nombres a los protagonistas y tejía romances y aventuras entre ellos. La mujer parecía una pintora de vívidos escenarios, que sólo habitaban en su mente voladora.

Todas las mañanas su marido la escuchaba con la atención despierta y aseveraba con la cabeza o fruncía el seño de acuerdo a las sensaciones que le generaban los relatos. A veces, dejaba escapar una carcajada y otras, respiraba hondo y lanzaba un suspiro de resignación para exteriorizar los sentires que le generaba la historia del día. De esta manera, Doña Rosaura le dibujaba con ternura la versión del mundo que le parecía más adecuada para la ocasión.

Esa mañana se había despertado ávida por una historia de intrigas, por lo que tomó el diario, y comenzó a leer en voz alta:

“Asesinaron de 16 cuchilladas a un concejal en Entre Ríos.
Sospechan que lo mató un opositor después de verlo en la cama con su mujer.

La tranquila comunidad de la localidad entrerriana de Sauce de la Luna se vio terriblemente sacudida cuando el concejal del Partido Justiciero (PJ), Florencio Acevedo, alias “Maruco”, fue encontrado muerto de 16 puñaladas en el tórax el miércoles pasado, por un vecino que se acercó al baldío donde yacía el cadáver sin vida, alertado por el olor nauseabundo del finado.

Con desesperación, el hombre llamó a la policía y, luego de algunas investigaciones, cuatro vecinas del lugar informaron que el edil fue visto por última vez en las inmediaciones del domicilio de su par por la Unión Rítmica Radical (URR), Azuceno Gorrostiaga, con quien esa semana mantuvo una disputa en el recinto del Consejo Deliberante, donde la víctima le gritó a viva voz: “¡Sos un cornudo!”.

El vergonzoso incidente condujo a los investigadores hacia la hipótesis de un posible crimen pasional, ya que otros vecinos deslizaron que la esposa de Gorrostiaga, Susana Pacher, mantenía fogosas relaciones sexuales con la víctima, cuando su esposo se ausentaba del domicilio común para irse a trabajar en aras de conseguir el pan para los dos pequeños hijos de la pareja.

Otros vecinos contaron que el martes Gorrostiaga habría llegado a su casa un poco más temprano de lo previsto de una sesión del Concejo a la que Acevedo no asistió y, sin hacer ruido, se habría asomado por la ventana desde donde vio a su querida mujer, sin el corpiño, retozando en la cama con el descarado edil.

Cabe acotar que meses atrás Florencio Acevedo, alias “Maruco”, había sido agredido con un termo, de marca Lumilagro, por el intendente de la localidad portuaria de Mazaruca quien lo acusó de acosar sexualmente a una de sus hijas veintiañeras, que estaría embarazada de trillizos. Debido a casos anteriores, los lugareños solían expresar que, “Donde Maruco pone el ojo, hace un bebé”.

En tanto, para la Justicia el principal sospechoso es Gorrostiaga, aunque la Policía no tiene detenidos por el hecho ni encontró el puñal utilizado para el sangriento asesinato de Acevedo.

Sucede que cuando los vecinos se comunicaron con las fuerzas para informarles del hallazgo del finado, los efectivos miraban la final de fútbol Argentina-Brasil en el único televisor con cable de la zona y se sospecha que, mientras tanto, alguno de los curiosos que rodeaban al cuerpo se alzó con la billetera y otras pertenencias de Acevedo, llevándose el puñal.

Sin consuelo por lo sucedido un grupo de amas de casa de Sauce de La Luna realizó una marcha de antorchas exigiendo justicia por el esclarecimiento del crimen del damnificado.

Con carteles y pancartas que rezaban “Maruco vive”, participaron de un abrazo simbólico al palacio municipal, aunque la manifestación terminó con cuatro señoras que padecieron heridas de consideración luego de trenzarse en una pelea de puños cuando descubrieron que Acevedo era amante de todas ellas, y les había prometido matrimonio antes de su brutal deceso.

El incidente sumó un elemento más a la sospecha sobre la lujuriosa conducta del occiso.

En tanto, las malogradas mujeres fueron asistidas en el Hospital Zonal Augusto Ricochet, donde se recuperan favorablemente.

Enterada de lo sucedido, Susana Pacher, la esposa del sospechoso, quiso visitar a las heridas en el nosocomio, pero cuando salió de su casa, un grupo de militantes del PJ junto a simpatizantes de la fuerza opositora, URR, que hacían guardia en el lugar, la apedrearon sin piedad y le gritaron: “¡Gata cruel!, ¡gata injusta!”.

Tras el exabrupto, Pacher también fue a parar al nosocomio, con contusiones leves en el cuero cabelludo y un esguince de tobillo que sufrió cuando se le quebró el tacón, mientras intentaba escapar corriendo de los enardecidos punteros políticos que le impidieron volver a entrar a su casa.

Como broche de oro al culebrón de este pueblito del interior, la Presidenta de la Nación, Cristina Rikchner, se solidarizó con la familia del concejal fallecido, e instó a los habitantes de Sauce de La Luna a “ablandar los corazones y recuperar el diálogo”, porque sólo de esa manera podrán esclarecer lo sucedido.

Con el corazón orgulloso por la historia que había inventado en 20 minutos a partir de tres oraciones del periódico, Doña Rosaura cerró el diario y se regodeó con la mirada de aprobación de su marido. El hombre le tomó la mano arrugada y la apretó contra su pecho con fuerza.

Así, Doña Rosaura se levantó de la cama y se dispuso a realizar las tareas del hogar, satisfecha de que su hombre seguía escuchando sus relatos sin reparar en las modificaciones que les efectuaba.

Sin embargo, cuando se quedó solo en la habitación, su marido tomó el periódico y buscó la noticia encerrada con un círculo de fibrón rojo. Sin que ella lo notara, dejó escapar una risita pícara y murmuró: “Mi Rosaura nunca va a cambiar y por eso la quiero tanto”.

Llaves que sólo cierran


“Aprender a leer (…) no huellas de lo que fuimos.Caminos hacia lo que somos”
Octavio Paz.

Los curiosos miraban con desconcierto a esa estructura que alguien había ubicado a la entrada de la escuela primaria del pueblo y se preguntaban por lo que había debajo del telón negro que cubría la parte superior del pilar, que tendría unos cuatro metros de altura. Algo incómodos, los transeúntes interrumpían su caminata diaria hacia el almacén y se paraban con las manos en los bolsillos frente a la construcción, que parecía ser la base del busto de algún personaje ilustre. “¿Quién será?”, se preguntaban, pero la tela estaba demasiado alta como para pegarle un sacudón y develar el secreto que ya inquietaba a más de un vecino.

Era un pueblo de pocos habitantes, con una sola capilla, y más de un lugareño se sintió algo defraudado porque nadie le consultó respecto de la posibilidad de emplazar una estatua frente al lugar más simbólico de la pequeña comunidad de Villa La Amistad: la escuela primaria Nº 123 Augusto Lacrosse. En esa institución pública los niños daban sus primeros pasos fuera del seno familiar y sus padres controlaban con ahínco la evolución de los pequeños en cuanto al aprendizaje de modales sociales y la adopción de hábitos de buena conducta, que les eran exigidos de forma permanente a los profesores novatos que dictaban clases en el establecimiento.

A metros de allí, el escultor observaba la escena desde la ventana de su casa y se preguntaba por los pensamientos del desfile de curiosos que se paraba frente al mamotreto. Con cada día que pasaba crecía su orgullo, y la inquietud de los pueblerinos era directamente proporcional al aumento de su ego de artista al borde de la consagración.

Debajo de la tela que le había donado el municipio local se encontraba su obra adorada, como le gustaba llamarla. La consideraba una “creación gloriosa” y le había dedicado años de trabajo de hormiga. En todo ese tiempo había recolectado cientos de llaves de bronce que la gente descartaba en los basurales, o perdía en un descuido sin notar que el artista se encontraba siempre al acecho.

Movilizado por la obsesión de conseguir el bronce, el artista estudiaba los movimientos de los enamorados, que casi siempre abandonaban sus llaves en el único club del lugar. También visitaba a quienes se mudaban para preguntarles si conservaban las viejas llaves, que ya no les servirían para nada. Se hizo amigo del dueño de la única inmobiliaria de la zona y, además, había pedido donaciones, pero sin revelar el destino que les daría.
Tantas llaves juntas servirían para abrir la cerradura correcta, esa que le permitiría escapar de Villa La Amistad para dar a conocer su talento “al mundo entero”, como le gustaba decir. Ese fue el motor que lo llevó a emprender tamaña y secreta empresa.

Había reservado una habitación especial para acopiar el precioso tesoro en su casa, y allí se pasaba muchas tardes contemplando las llaves, que pendían de hilos transparentes desde el techo, y le cantaban una suave melodía cuando la brisa las alcanzaba. Otras estaban embaladas en cajas, y había algunas tan antiguas que le habrían dejado mucho dinero en una casa de empeños. Jamás permitió que nadie entrara al lugar de sus amores, en donde había pergeñado construir el monumento.
Cuando juntó exactamente 1.245, 4 kilogramos de bronce se decidió a iniciar la obra de su vida.

Le llevó más de dos años de solitario esfuerzo tallar aquel rostro que volvía a ver todas las noches cuando cerraba los ojos y se disponía a dormir, con los brazos cansados de tanto golpear el metal y los ojos irritados por el polvillo. Pidió ayuda a un mecánico del pueblo que se encargó de fundir el material. Construyó el molde con esmero, y combinó como pudo sus horas de trabajo como guía en el museo local, con las noches de esfuerzo desmedido para terminar el busto.
Cuando las autoridades de la pequeña localidad aprobaron maravilladas la obra del artista, le prometieron una inauguración del trabajo con pompas y honores. Allí estaría presente el mismísimo gobernador de la provincia, don Sergio Barrigurri, junto a su flamante gabinete de ministros. Con una sonrisa ambiciosa, el artista recibió la noticia de que el primer mandatario provincial estaría acompañado por su señora esposa, la bellísima señora Cristina de Barrigurri, una mujer que al pasar dejaba flotando en el ambiente una estela de respeto entre los presentes por su carácter fuerte y su perfume aún más intenso.

Para la ocasión la banda de la Policía de la Provincia interpretaría sus mejores estrofas y la fiesta de inauguración congregaría a todo el pueblo alrededor de la obra, que estaría cubierta por 15 días con una tela negra para generar mayores expectativas entre los parroquianos.

Antes de la pomposa ceremonia, y frente a la mirada cada vez más acuciante de los pueblerinos, comenzaron las obras de refacción de la plaza que estaba emplazada enfrente del monumento secreto. Una cuadrilla de empleados comunales munida de brochas y baldes de pintura coloreó los cordones de las calles aledañas al monumento y se repararon las veredas que rodeaban a la escuela. Además, se colocaron farolas en toda la zona, que hacía 25 años sólo contaba con dos focos amarillentos que en las noches de calor se llenaban de insectos.

En los canteros, se plantaron jazmines y malvones y se colocaron bancos alrededor del monumento, que seguía cubierto por el telón negro. El pueblo asistió maravillado a la puesta en funcionamiento, después de 25 años, de la fuente de la plaza. El único que lo lamentó fue un linyera que maldijo el emprendimiento en un idioma ininteligible. Es que hacía mucho tiempo había decidido no regresar a su país después de pasar unas vacaciones en Villa La Amistad y había adoptado la fuente como guarida cuando se le cansaba la espalda de dormir en los bancos del parque. “Este país es una porquería”, fue la única maldición audible que salió de su boca maloliente.

Embelesado por la magnitud de los preparativos, el artista ya se imaginaba el momento en que lo declararían ciudadano ilustre del lugar. “Las generaciones venideras me recordarán cuando lean mi nombre en esta creación”, murmuraba con el pecho inflamado de orgullo.

Llegó el día 14 y la curiosidad popular había crecido tanto como el amor propio del artista, pero hacia las 19, cuando todo estaba listo para el festejo del día siguiente, se desató un temporal pocas veces visto en la zona. La lluvia fue tan fuerte que despintó las calzadas frescas y el granizo posterior destruyó las flores recién puestas en los canteros. Los jazmines y malvones se hicieron trizas en medio del barrial que se formó en la tierra recién movida.

En medio de la tormenta, y nadie sabe cómo, un peón que había bebido unas copas de más en el boliche se trepó al monumento y quitó la tela que lo cubría. En ese momento, un rayo que parecía sobrenatural iluminó el cielo cuando la tela cayó al piso y se descubrió el busto del Libertador, Don José de San Martín. Cuentan los abuelos de la zona que el hombre cayó de espaldas al suelo y se quedó contemplando el busto del héroe que cruzó la cordillera de los Andes para “liberar a la patria”, como enseñaban en la escuela, mientras el rayo iluminaba el entrecejo fruncido del prócer. Un trueno de sonido indescriptible interrumpió la zozobra del borracho, y de paso, ahuyentó a su caballo. El hombre se sintió invadido por un miedo profundo y tomó conciencia del grave error que había cometido. Como pudo, se fue corriendo del lugar sacudiendo los brazos y tratando de que sus piernas viejas lo llevaran lejos de allí.

Pasaron dos días de intensa tormenta y cuando concluyó el temporal, muchas personas se congregaron alrededor del busto. Aquel día de sol se reveló el misterio que los había tenido en vilo durante dos semanas, aunque varios dudaban de la identidad del prócer: “¿Es San Martín o Belgrano?, ¿es Moreno o Artigas?”, se preguntaban mientras contemplaban el monumento humedecido. Por su parte, el intendente de Villa La Amistad decidió posponer las celebraciones debido a los destrozos que generaron las condiciones climáticas y al borracho, que arruinó la sorpresa. Su mujer lo convenció de tomar la decisión: “El prócer tiene el rostro algo afeminado”, cuentan que le dijo al oído con su lengua afilada.

La obra nunca se inauguró de forma oficial e incluso muchos habitantes de la zona todavía desconocen de quién se trata, porque ni siquiera una placa identificatoria le colocaron.

Del artista se olvidaron todos, y aquella noche fatídica cuando llamó a su madre la mujer quiso consolarlo, pero lo aleccionó: “M’hijo, tiene que saber que en este pueblo naides es más que naides”, cuentan que le dijo. El escultor colgó el teléfono con furia, se encogió de hombros, culpó a los pueblerinos por su fracaso y se marchó de la Villa La Amistad, sin que nadie notara su ausencia.

De su afición por juntar llaves sólo quedó el recuerdo y únicamente conservó las de un cofre donde guardaba un escrito de su autoría, en el que había narrado la historia de un escultor que luego de consagrar su vida a la creación de una fabulosa obra de arte, vivía plácidamente de los réditos de su trabajo. No obstante, una noche de invierno, alguien entró al cuartucho que habitaba y se robó su escrito sin que lo notara. Meses después, las “Memorias del Artista Sublime” fueron publicadas en todo el país, y una joven escritora, de apellido Tomasola, se llevó todos los honores del caso.