jueves, 26 de enero de 2012

Las tres marías


Guardo un preciado secreto en mi piel. Un tesoro recóndito que surgirá cuando alguien conozca el mapa hacia ese sitio oculto que puede desencadenar un espectáculo maravilloso, que se suscita pocas veces en la vida y que me une inexorablemente al firmamento. Pocas veces alguien acarició ese rincón aterciopelado de mi cuello, debajo de mi larga cabellera en donde se esconden tres minúsculos lunares alineados en perfecta simetría.
Fue durante una agradable noche de primavera, en la que se acercaba mi cumpleaños número dieciséis. Entorné los ojos, los besaste, y luego acariciaste mis lunares ocultos y dijiste: “llevás a Las Tres Marías tatuadas en vos”. En aquel preciso instante miramos hacia arriba y una lluvia de estrellas fugaces se derramó sobre nosotros como mermelada, implacables en la negrura nocturna del cielo del campo. Lloramos de emoción y felicidad embelesados y bobos ante ese alud de lucecitas que coronaba nuestro encandilamiento adolescente. Me tomaste la mano con emoción sin percibir el temblor de mis rodillas de alambre. Eso era el amor para nosotros.
Aún tengo ese tatuaje en mi piel a la espera de quien despierte otra vez aquella implosión de luces y colores fugaces que destella en el cielo. Para ello vasta una caricia certera y sentida en estos tres puntitos míos que portaré para siempre. ¿Tengo estrellas en mí o ya soy parte de las estrellas? Las muy pícaras regresan cuando te pienso. Me iluminan el sin rumbo haciendo más llevadero el áspero camino de todo adulto en su eterno retorno a la niñez, al primer beso, y al primer amor: el más dulce y tierno cuya huella, si es de las buenas, deja marcas indelebles.

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