viernes, 15 de junio de 2012

La mujer líquida

Morí lentamente, secamente con inconciencia sobre mi estado ya que de repente empezó a salir agua de mí, a borbotones, por todos lados, por cada resquicio de mis huesos, por los ojos, por mi espalda por todas las partes en que una mujer puede destilarse, exprimirse, resecarse en este otoño gris que me encuentra desaguándome, yo que nunca fui un desagüe para nadie, me sentí débil, frágil, desorientada, líquida sin voz.

Fue un derretimiento masivo de mi ser que comenzó de forma abrupta cuando comprendí cuan complaciente fui con mis entornos, cuanto me costó ser esa chica buenita y dicharachera, esa suerte de personaje sonriente y solícito mientras las solicitudes jamás salían de mi boca.

Me fui líquidamente, dejando salir esos fluidos que decían lo indecible de mi angustia, de los fantasmas que me persiguen, de las dudas que me carcomen ante ciertas incertidumbres. Sigo fluyendo entonces, me depuro: agredo y así no agrado. Me sale agua por las manos, por los ojos, por los pies. ¿Me deshidrato?

No pretendas química conmigo: por ahora soy como una fórmula en pleno estado de ebullición. Puedo apagarme o estallar. Por ahora sólo eso: mientras me muero, renazco.