domingo, 22 de noviembre de 2009

El ser monotributista

Aquella mañana decidí desayunar como corresponde: un buen café humeante, tostadas con mermelada casera de ciruelas, que sólo mi mamá sabe preparar, y un poco de buena música antes de emprender la jornada laboral. Me di una ducha ligera para despejar la mente y me senté frente a la mesa anticipándome a los deliciosos sabores que esperaban a mi paladar.

Me encanta estar sola por las mañanas, sin tener que escuchar ningún tipo de ser humano a mi alrededor, hasta que mi cerebro se disponga a comenzar el día. Encendí el televisor, casi de forma autómata, y el titular que cubría la parte inferior de la pantalla provocó el primer puntazo de acidez en mi sistema digestivo. La cuota del monotributo, que religiosamente pago mes a mes, y que se lleva gran parte de mi escuálida facturación subiría al doble en unas semanas.

La tostada perdió su sabor y una seguidilla de pensamientos y puteadas inundaron mi mente que luchaba por mantener su equilibrio zen, aunque estuviese inundada por cálculos y nuevas estrategias de saltimbanqui para llegar a fin de mes con “semejante impuesto injusto”, seguido de un “me faltan 250.000 años para jubilarme” a lo que se agregaba la preocupación más acuciante: “al monotributo lo quieren hacer desparecer”· A esa altura el café era una sola nata y del efecto relajante del baño sólo quedó un dejo de aroma a jabón.

Pasaron unos minutos y todavía recuerdo el sonido del mensaje de texto en mi celular, y el pedido desesperado de mi mejor amiga que solicitaba auxilio por escrito y textual: “estoy con el cuello duro, no puedo ir a trabajar”. En ese instante fugaz me pregunté si mi compañera del alma habría sazonado su sintomatología mirando el mismo noticiero que yo. De más está decir que el desayuno se convirtió en atragantamiento y salida disparando a la oficina para compartir impresiones y mitigar berrinches con algunos pares.

En el camino de ida, imaginé a un coro de colegas refunfuñando al unísono en contra de la decisión de incrementar el pago, una multitud de corazones vitoreando a viva voz y lanzando sus maldiciones al viento. Me dieron ganas de iniciar mi “Día de Furia”, cual protagonista femenina de la famosa película, actuada por Michael Douglas, y me reí un poco de la ocurrencia. Y de los reclamos que no se escuchan, y de las cosas que siguen como siguen, y de ese “ser monotributista” que comparto con quien sabe cuántas almas que tienen los mismos formularios que yo, y que aquel memorable día arrancaron con un desayuno tranquilo y terminaron su café con ganas de patear cualquier cosa que se les cruzara por el camino, o con tortícolis inminente sólo curable vía miorelajantes para tumbar elefantes.