miércoles, 18 de febrero de 2009

Mi otro yo

María descansaba plácidamente con su cabellera negra apoyada en la mullida almohada de plumas que un tiempo atrás le habían regalado en su fiesta de bodas. La frescura de la habitación en pleno verano invitaba a sumergirse entre las sábanas de algodón y María, muy relajada, giró la cabeza hacia el costado. Abrió los ojos muy despacio y en la penumbra de la siesta vio su rostro, radiante, sonriéndole frente a frente. María entreabrió los labios agradecida y le devolvió la sonrisa, mientras su otro yo no le quitaba los ojos de encima. Pasaron unos minutos y María cerró los ojos otra vez, pero cuando los abrió su otro yo había desaparecido del dormitorio. La muchacha lanzó un suspiro, y sin entender demasiado lo sucedido, continuó con la siesta. Su otro yo la esperaba por ahí, en algún lugar de la casa.